sábado, marzo 25

La frontera

Así se construye a estas horas el amor:
como una luna de texturas y cesantías.

El perfil, cien veces reconstruido, no es óbice
para que el sexo fragüe sombras
que creen en la anatomía del paisaje.

Por lo demás, se puede hacer lo que se quiera:
es conveniente mentirnos un poco
y recordar que la materia se compone de tiempo.
Tan mal hado nos determina.

Y nos ceñimos a un aire
que atestigua el talante de la tierra fronteriza.

Pero al menos, nos habremos acercado
a algunas longevas distancias,
que nos hacen sentir extraños
en un crecimiento detenido.


...crece el destierro como queda
en la tierra un sobre blanco...

Vivir en la frontera tiene sus riesgos,
es como si el verano hubiera dejado
una cita postergada
que, con las primeras lluvias,
sabe a destierro.

Preferimos creer en el sur,
donde no somos ajenos al sortilegio y conjuro.
Trasladar allí alguno de nuestros trastos
y pertrechos,
porque el norte nos aburre,
como la trastienda del mago
que ha liquidado todos sus trucos.


...hay algo en el amor como una luz suicida...

La propia hondura es como un agua,
que en común nos aísla y despierta.

Los hechos rondan los picaportes,
y descubren los lazos de la estirpe
entre murallas y troneras.

Ni el asalto ni las grietas permiten ocupar la que será estancia,
justa y bien medida,
para que la garganta adivine la palabra
que permita afrontar tejidos inéditos.

A cuatro pasos del lugar,
donde los ladrones de alcoba sacrifican su séquito.


Y tu gracia es el orden...

Un perfil es como la descripción de un recuerdo,
una fisura de poderío.

Y al otro lado,
ella bebe envuelta en sonrisas,
mientras el hueco preserva sus secretos a medias tintas.

No bogar río a arriba
es como negarse a sonreír, una infamia,
porque la alegría obedece a un milímetro de pensamiento,
decisivo para la propia hechura.


...como vive la lluvia mientras está en el aire...

En la barra del bar
la herida permuta vasos por distancias.
Son así determinadas horas
que creen ignorarnos.

Ella se ciñe a su brazo
y como un rasgo más de la ruta
que por primera vez se inicia,
rozan la noche.

No tiene porque ser de madrugada,
ni siquiera que el reflejo de la Luna
y el ruido de los pasos deshabiten el silencio,
aunque al verso así más convenga.

Se acaban de conocer
y ya comienza el rito de la estancia:
la cisterna, el bidé,
el cepillo que golpea el lavabo,
el cuerpo vestido por el tiempo
(ambos saben la quimera de la desnudez).

En la cama hablan, más bien,
tienden las palabras degollando el cansancio,
hasta que el lecho se altera,
y se aman mal, así, como sin creérselo.

Pero no parece importarles
no saberse mañana,
ni el adiós amada en la hechura de siempre.

Son los riesgos de vivir en la frontera,
que saben a desbandada a ciegas.


...y la noche era un puente roto...

Y hele ahí, en un enjaulado gorjeo,
frente a su petición:
para negarle su amor, mintió.

Mintió, y es la mentira miedo, una divagación
inconfesable y corriente,
que porfía como la mala ocurrencia.

Y seguro que la amaba,
al menos para yacer. Hay amores
más banales, casi detestables,
que no por ello se olvidan.

Y ahora,
no sabe que bienes de ello pueden desprenderse,
mientras pega la hebra entre tumultos en lontananza,
a la sombra de un expediente general.


Es extraño: a la muerte no le basta morir,
la desaparición está en su sitio...

Pudo haberle dicho que la quería,
aunque aquella noche saliera de puntillas
para negar los pasos sobre la cama.

Se sabía acabado,
y se acaba cuando se desea no llevarse nada.

Pero hay cosas que se pegan entre tanto desorden:
la espalda que arranca medio mar,
el pecho adherido a varios lustros,
la superficie del sueño mientras se mira por la ventana.

Los soliloquios que llenan las deshoras,
contaminan todos los cuentos
en los tiempos que el verbo ha dispuesto.


...y algo así como un traje de vivir...

La apariencia de amor
no es distinta al descuido
que viste la arquitectura si sobrevive a su siglo,
nada que ver con la ruina sino con la huella:
no gratifica, pero venda.

Y ya se sabe que permanecer es demasía,
como en cualquier inventario, es muy útil
para sostener la contingencia.

Aunque ante tan amañada situación,
no queda más que dejar al tiempo
su voluntad en la toma de la distancia justa.


...lo que ocurre es un frío...

Por su gélido abrazo recuperamos el pulso,
y si duele, mejor que mejor,
apúntenmelo en la ganancia.

Pero los riesgos sirven para desistir,
pero también para intimar con los propios delitos
o para casi todo lo que nos conforma.

Los apegos, andrajos y tenedurías
no son pavo despreciable.
Hasta la miseria arrastra su grandeza
en una común desenvoltura,
sin ella tampoco se sobrevive.

El laberinto es pendencia y término,
destino no acreditado
y no por ello bien menos estimable.


...si nadie los escucha,
paciencia y a barajar...

Cuando las palabras se acaban un poco pronto,
no hay que insistir en tal material,
más vale permanecer a la escucha.

No es fácil que las filosofías
nos pongan a recaudo.
Los filósofos se parecen a los poetas,
no se constituyen con voces
sino con símbolos.

Detrás del pensamiento, la raíz,
un collage en los días de luto y ventura,
todo lo demás, escombro.


Una mujer empieza siendo niña y acaba cuando puede...

Aunque la letra sea pasado que se aleja,
el discurso no es mal negocio:
con menos comas,
se han escrito paces más cruentas.

Y en este hueco que súbitamente surge,
déjennos los dioses
un trozo más de mudanza y letanía.

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