sábado, marzo 25

El baúl de los silencios

Nacer,
no es más que un hecho de reconocimiento,
nos descubren en la niebla de la consciencia.

Tampoco las reencarnaciones impresionan. Tanto da,
haber sido avutarda, general o simple vacío,
será siempre favor consignado por la divinidad.

En estos primeros años,
el olvido oculta una memoria:
nuestra primera definición.


Cuando llamo a la puerta tengo la mano aleteante...

Digo adiós al prodigio de puente roto:
dicen que existo.

Un gesto inicia el ritmo que sólo es síntoma:
la vida, tiempo que une el antes y el después de una ausencia,
comienza cuando se construye un pasado.
En este sentido no es muy distinta a la muerte,
lazo que acompasa cadencias y arquitecturas.

Pasarán los años previos a la huella que comience a conformarnos,
hasta entonces sólo seremos instante.

Todo lo que no perdura nos es ajeno.


... me estoy ahormando a él como el cuerpo y el traje terminan
por ahormarse...

Aprendemos cuando alguien nos inventa.
Quizá, por ello, nacer es rebelión,
el resto, acomodo.
Todo está providencialmente previsto.
El reconocimiento de los daños
supone un gran esfuerzo:
la erosión es el precio que dignifica la existencia.
¿Qué otro destino nos espera en los primeros tiempos?


... o un palillo de dientes que va de boca en boca...

Así nos ejercen,
como una metafísica de evidencias.
Somos contingentes y como tales nos debemos
hasta la última causa que cambie nuestra suerte.

Porque la posesión no es cuidado,
más bien descuido al uso de manos que nos dibujan.
Bastaba una licencia para adquirir el derecho al tiempo ajeno,
miles de horas al son de campanilla y miserere.

Y el extremo del día,
en los cuentos del recóndito desamparo,
puebla el lugar donde recobraba pleno sentido la huida.


... si te llaman a juicio llevarás la cabeza en la mano...

Ya son palabras mayores
las que se aprenden en la escuela,
para prosperar, como debe ser.
Aunque la coletilla no nos interesara lo más mínimo,
la recompensa no era despreciable:
retahíla de menor calado.

Y no se exagera,
la vida es un compendio con cabida al simple capricho,
que también es valor añadido.
Tampoco faltaba alguien presto a recordarnos
el riesgo eterno del pellejo y del alma,
por la que tantas veces nos agotaron rindiendo cuentas.

Estas y otras vicisitudes nos enseñan
que la elección es ineludible,
objeto de disenso y pasión.


Como si entráramos en un agua común...

En la pubertad,
apenas hay espacios conquistados.
La voluntad es lo primero que se percibe
como enteramente propio,
aparte de algún secreto vil,
que mal trae.

Las servidumbres constituyen parte de la andadura,
se agradece unas gotas de mal entendimiento,
porque toda oposición es entre juego y disputa,
identidad.

Y siempre se empieza por imaginar el sentido del tacto,
primero como una expansión, un destello,
después se hace mudo,
y eso duele y mancha.

Son estos y otros menesteres
los que inventarían los oficios,
y nada tiene de extraño
que llueva sobre lo que se piensa.


Un muerto siempre está más o menos desenterrado...

La linealidad del tiempo remite a la cordura,
hace que todo deje de ser igual así mismo
en esas pequeñas muertes
que salpican su marcha inapelable.

Crecemos
como cesantes de los gobiernos decimonónicos,
no todo es propia voluntad.

Cada período deja su estela,
un nudo conjuntivo,
a modo de soplo que dibuja la existencia.