Cuando el tiempo se aproxima a un destino
y descubre la inmediatez que lo define,
el sexo es sólo un paisaje.
Buscamos en los arcones un entendimiento,
que nos hace sobrios
y plenos de nuestra villanía.
Por esos lares, herencia e identidad
son pesos de magnitud irrelevante.
....nada es tan inútil como esta descripción,
pormenorizada...
La dilación con que llegó a su puerta
le detiene, como una sala vacía.
Da una vuelta a la manzana,
recordando las trenzas y pétalos de novia
en papel amarillento,
el desorden inevitable de los ya no están o están.
La distancia se cubre de identidad perdida,
pero ella no da tregua al desasosiego:
ropa de cama y calla idiota.
Cierran los ojos,
y lenta y copiosamente navegan
para convencerse que el cuerpo no es transmisible,
sencillamente un poco rollo.
...no cabe esperar nada, nada, nada...
Los amantes son más queja que querencia,
por ello, confrontan segundos desasidos,
que van dibujando un orden
poblado de pasamanos y lianas.
Ella conoce del valor de cada tacto,
y se sabe irrecuperable fuera del deseo.
Lo arrastra hacia la orilla y sentada sobre él
se penetra mal amando.
Primero fueron los silencios,
luego un mecimiento prolongado,
por fin, un leve tiritón.
No importa que hoy el deseo no se haya dividido
y haya que bregar con el telegrama cotidiano.
el paisaje lo han hecho las distancias
Poseámonos, dice el rito:
si este término es referencia posible
para el cuerpo transformado en fetiche.
La imaginación yace exhausta,
hay límite, fin del sosiego.
Hazlo como siempre,
le dice, como si la reiteración fuera posible,
y lo es, aunque dentro del desorden,
donde los bienes banales
alcanzan todas las razones.
...su valor genital,
y su habilitación despavorida...
Ronda el aliento
con la desgana ciega de espantapájaros
que le defiende de la dicha.
Y los ojos le recuerdan que van a poseerlo
mientras le ata las manos a la cama.
Si lo preserva a medio luto no es relevante.
La pupila hallará de nuevo la ciudad que ahora ignora
y mil veces sabe como una agonía de retorno a la querencia.
Quizá mañana, continúe anudado
a una forma que no le basta,
pero habrá valido la pena:
el deseo es soledad retenida en el devenir.
...un cuerpo que es la forma de la ausencia...
Hoy se lo hicieron rápido, casi con decoro,
pero llenándose de concesiones:
los ojos vendados,
una rosa en la boca que impidió el roce del discurso,
y sobre la mesa, el más arrugado de los billetes,
testimonio de una memoria puramente ganancial.
Pagados los pertrechos,
con el vacío repleto de alguna falta,
y sin pasión más allá de la precisa ni herencia,
se consumó el encuentro.
Nada más pleno ni amable,
que rodear al tiempo de significados posibles.
...la plenitud nos deja sin mañana...
A veces, cuando se citan,
ya han hecho el amor.
Y frente a un sorbo de café,
queda claro que el orgasmo
no es algo ajeno al orden.
Antes bien, gustan de esperar
durante una hora, tediosa y esquiva,
explorando un tiempo que comienza a constituirse.
Total, el valor genital es una baranda
que bajo la lengua nos llena de destierro,
nos llama por los nombres inventados
y dibuja en cada trecho su sombra con desgaire.
Instalados en el laberinto,
certifican otra cota de lealtades,
que, sobre los votos,
son mordeduras de retorno y amnistía.
...para suplir nuestra poquedad...
Han de parecer siempre disponibles,
aun cuando se encuentren casualmente en el metro.
Caminen alegrantes,
y al entrar en el salón, sin deseo ni tregua,
mal hablando le suba el ajustado vestido hasta la cintura
y la empuje contra la pared.
Suelo, susurro,
sopor. Y el justo precio,
mientras se quita las medias rotas,
simulando imponer sus normas.
Ambos saben
que el disfraz es cuantioso y convincente,
en propósitos de cálido apercibimiento.
sábado, marzo 25
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